Improntas a dos voces

Trabajando en nuevos proyectos:
"Rimas restadas"
"A rima de tweet"
"Bitácora de un superviviente"
"El rubor en mis pupilas"
"Entre dos aguas"
"Tres palabras"
"Versos depurados"
"Al este del moncayo"
"Al otro lado del abismo"
"Desmemoria de un confinamiento"
"Diálogos de la afonía"
"El insomnio del silencio"
"Eso que algunos llaman amistad"
"Levedad ausente de tweets"
"Micro-rimas en prosa"
"En la caída 2.0"
"Relatos sin dueño"
"Es tiempo de mojarse"
"Vérsame en los labios"

"Tan solo cierro los ojos
para no renunciar a contemplarte"

Fran Picón
"Pellem (In deversorium sensuum)".

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sábado, 26 de febrero de 2011

ERA MUJER...

En la mirada un brillo y una lágrima.
En la sonrisa un deseo y un silencio.

Era mujer
y no tenía miedo.
Mujer sin duelos
y no temía al tiempo.
Mujer de sabor en los labios.
Mujer de aroma a ternura,
de alientos sin celos,
de otoños sin edad.
Mujer de armas sin velos,
de cuerpo desnudo,
de sentidos a flor de piel,
de besos dibujados en el aire.
Mujer de palabras sin dueño,
de caricias de invierno,
de heridas de ausencias
y no sabía de olvidos.
Era mujer
de albadas en la retina,
de anocheceres y sueños,
de suspiros en la saliva,
de resacas en los caminos,
de dudas en los bolsillos
y no esperaba promesas.

En el pecho un recuerdo y una mentira.
En la cintura un abrazo y un desengaño.

Y era mujer
de ramitos de violetas,
de amores furtivos,
de rincones en el cielo,
de esquinas en la huída,
de sombras en el maquillaje
y no buscaba en los recuerdos.
Mujer tatuada de incendios,
de cruzadas y derrotas,
de autopistas de peaje,
de arrugas en las entrañas, 
de erosiones y riadas.
Mujer con sangre derramada
de renglones diferidos, 
de susurros y desidias,
de reínos sin princesas,
de ternura y coraje
y no coleccionó misterios.

En los pies rozaduras y una demora.
En su corazón una historia y algún fracaso.

De "Con la vida a cuestas". Editorial Quadrivium.
Francisco J. Picón
Todos los derechos reservados.

sábado, 19 de febrero de 2011

EN ELLA

En su piel
hibernan los inciensos
de mis caricias

en cada poro
de su talle
un sueño

en cada brote
de sus sentidos
un cogollo 
de mis roces

en su mirada
residen mis ojos
agazapados en su pupila

en su pituitaria
el sabor de mis abrazos

en sus dedos
la estela de mis besos

en su corazón
una estría de ternura,
una sutura de cariño
y borbotones 
de su existencia
en mis venas

De "Alambique de vestigios", Editorial Quadrivium
Francisco J. Picón
Todos los derechos reservados

sábado, 12 de febrero de 2011

HABLAR AL HOMBRE (Prólogo de Alambique de Vestigios)


 
            Hay quien dice que los poetas no crean, sino que la poesía en sí misma elige quien la cante. Supongamos los ingredientes de esos elegidos: no sólo sensitivos, sino conscientes de ello; no sólo dotados de ojos nuevos, sino capaces de no desaprovecharlos y constantes a la hora de limpiar las impurezas que ponen en peligro esa cualidad; no sólo sumisos de la palabra, sino merecedora de sus efectos; no sólo responsables de la misión respecto a la que han sido encomendados, sino consecuentes hasta el extremo de hacer de ello una forma de vida.
            Puestos a aventurar, visualicemos un cómo, enfoquemos un plano más corto. Un hombre que pisa tierra —porque es ahí donde debe vivir, si no quiere perderse los placeres que se vuelven inalcanzables cuando se deambula demasiado rato en las nubes—, un hombre que pone a disposición todo su cuerpo, cada centímetro, para recibir. Visualicemos que esto es así porque es lógico que no se omita ninguno de los sentidos, y menos el que más espacio del organismo precisa. Visualicemos que este hombre que pisa tierra, y que presta todo su ser, sincroniza su piel a su intelecto y aúna así una bifurcación que a la poesía en sí misma le es vetada; por ello existe el poeta...
            Un quién y un cómo más tarde... conjeturemos un porqué, un para qué quizás... (el cuándo y el dónde, al fin y al cabo, no pasan del estatus del mero voyeurismo). Dicen que los poetas más interesantes son los que escriben para sí mismos, porque sólo así es posible escribir para los demás; un hombre hablando consigo mismo es un hombre hablando al Hombre. Y hablar al Hombre es vérselas con la eternidad. De ahí que con los alambiques de estas páginas se destile la esencia del que desde un ahora describe un siempre.
He aquí su fragilidad; he aquí su fortaleza: el empeño por atrapar la perpetuidad sin principio, la sucesión sin fin, sitúa al hombre a las puertas del meollo ancestral, en la encrucijada que, desmarañada, regala el conocimiento de sí mismo —el conocimiento del Hombre con hache mayúscula—, a pesar de su efímera existencia.
¿Extraña entonces que los vestigios de este alambique sean los de un hombre en un instante perpetuo, de un hombre subido a un tiovivo perenne, de un exótico, náufrago y expatriado? ¿Resulta raro que se le intuya en un avance constante y perturbador, pues el que ese camino tenga o no un fin es casi lo de menos? ¿Sorprende que en la busca de sí mismo llegue, más que a conclusiones, a la formulación de pregunta tras pregunta, eslabón tras eslabón, y que este hecho sea más interesante que sentarse cómodamente sobre verdades peregrinas? —el antónimo de la palabra «verdad» es su propio plural. ¿Se comprende pues que Fran Picón no ceje en denominarse «aprendiz de poeta»? No es falsa modestia ni falta de aptitud. Al contrario, es un hombre coherente que no quiere que esto —la poesía, la vida—acabe nunca.
Bienvenidos a esta senda en la que sólo se pueden dar pasos hacia adelante.



Mayte Guerrero